Un blog chapucista, de fumadores, y de derechas

sábado, 4 de octubre de 2008

un tribut pour notre mère

Oh, música. Tienes unos brazos que sientan mejor que doscientos vinos. Con ese poder, ¿Para qué queremos los hechizos, los misterios? ¿Para qué el vino? Basta con desatarte de las rayuelas que circulean sobre la lustrosa superficie de los discos, o de las cintas pegajosas que se enredan dentro de los antiguos casettes.

Cómo llenas de encanto y juventud nuestros cuartos, incluso cuando cantas odas que tienen los versos empolvados por los siglos. Con tu mística, con tu extraña simpatía que no se toca, ni se huele, ni se ve, confieres a una escena el ánimo que manden tus antojos; pintas de negro las paredes de yeso, enciendes candelas en rincones vacíos. Construyes atmósferas que no pueden morir de forma alguna, ni siquiera de hambre.

Ya es hora de que nosotros, amantes poco dignos, aceptemos la idea: tú eres dueña y señora de nuestro universo. Y la razón es que eres inmune al paso del tiempo, y si vences al paso del tiempo – que es el gran sueño y deseo de todo hombre -, entonces ya no hay dedo de Dios que te tumbe. Aunque aparezca un dictador del aburrimiento, aunque el mundo fuera invadido por una plaga de enemigos de tus haces, aunque arda una Gran Hoguera con todos los vinilos y tocadiscos, nadie podría coser los labios de los millones de soñadores que te eternizarían. Persistirías, como un suave alfiler, anclado en lo más hondo de nuestras mentes; sin necesidad de conocer los nombres de las notas, ni entender de tiempos, escalas, claves ni arpegios, transmitiríamos tu impagable sabiduría a las generaciones venideras. Haciendo uso de los silbidos, del piano imaginario que surca el aire bajo nuestros dedos. Cerraríamos los ojos y te seguiríamos viendo. Porque nada puede hacerte un solo rasguño.

Creo que es la peor de las pesadillas. Un mundo sin música. Una ciudad donde las únicas melodías las escupen bujías y sierras mecánicas; donde los cristales recitan el do-re-mí de las taladradoras y las palas asesinas de las excavadoras; donde la novena sinfonía se compone de chispas de soldador, martillazos, el Canon del taladro, la Oda del cemento, donde el relajante sonido del mar es el sonido del combustible ardiendo.

No existe cosa más gris que ese mundo. Y a veces creo que, si no tuviéramos nuestra música antes de acostarnos, sería el mundo que veríamos todos al mirar por la ventana.

1 comentario:

Kambei dijo...

Desde el corazón de un músico...AMÉN.