Un blog chapucista, de fumadores, y de derechas

jueves, 6 de noviembre de 2008

Tequila - noches de bohemia -

Las tropas de asalto de ‘La Chustería’ tomaron la plaza de toros, y se afincaron en sus otrora arenas –esa noche no era más que un lodazal – para dispersar sus charlas a medio camino entre Nietzsche y el desespero amoroso, o la carencia de sexo, o las amistades fantasmas que revolotean en el nido de la nostalgia. Palabras perdidas en un callejón sin salida que a fuerza de sorbos en plástico se difuminan, se despojan de su contenido y se vuelven pasión hervida en lúpulo de cerveza, se enredan en filamentos de lluvia.

Allí yace, en algún hoyo de esos recuerdos amorosos, Chus y su aire distraído mientras devora todo lo que el Pans & Company puede dar de sí. Arturo con su torrente de cultura se abre paso entre la muchedumbre y ocupa su puesto de vigía a unos veinte metros del escenario, se arremanga las perneras del pantalón cuando éstas ya chorrean caldo de fango. Dice algo sobre Moby Dick. Igual que el titánico mamífero albino, surge en escena una especie de monstruo musical con la panza al aire, si bien ‘La Casazul’ no es la clase de bicho que uno moriría por cazar. Chus está a punto de lanzarle un arpón, pero tras unos fusilables sesenta minutos –en los que las jarras de Águila Amstel se solidarizan con nuestro pertinaz hastío -, lo que toca no es ya un mamífero sino un híbrido; una conjunción de la canción revolucionaria, la estética valenciana unidimensional (y por suerte, limitada a sus propias fronteras) y un sosainas con trompeta a la izquierda.

‘¡La virgen! ¿Qué es eso? ‘profiere el marinero de segunda Lars, quitándose el parche del ojo como si acabara de descubrir a la Virgen. ‘Orxata Sound System’, replican. Es cierto que emana una luz excéntrica de la tarima: quién sabe si sus ‘Ofensivas Tu-tu-pa', a la postre convertidas en el himno de la velada, tienen algún significado oculto, o si el bajo esconde una bola de cristal, o muñecos vudú, entre las cuerdas. Lo que al principio se mira con desconfianza se convierte en la puesta a punto del motor. Luz verde. Estamos listos para desembarcar en Buenos Aires…

Al mirar atrás distingo un auténtico hormiguero poblando la totalidad de la plaza de Játiva. Y me doy cuenta de lo absurdo, por insignificante, que es el foco de mis ojos así plantado en el eje del caos arenoso, donde somos apenas un par de sellos más en una larga hilera de almas que llega hasta los astros y regresa; donde cualquier grito, estornudo o abrazo se confunde en miles de réplicas semejantes que, milagros de la vida, son únicas e inigualables bajo el prisma de cada uno. Es él; sin duda: nunca un metro sesenta y cinco dio para tanta maravilla en cinco cuerdas. Tequila ya ha comenzado a propagar sus intenciones de rockanrolear la plaza del pueblo, los puños se estiran para cazar la corriente que implosiona en los dientes del cantante (con boina verde pistacho incluida), ese magnetismo que canalizan los altavoces y deja sin roncar a media ciudad. Entre medio habrá alguna visión de muchacha soltera en medio del rebaño, visión que mi status de lobezno no puede pasar por alto. Allá un vestido negro y una lengua que relame el sabor purpúreo de sus propios labios, acá un par de desprevenidas con litros de Smirnoff de punta a punta… ¿Y arriba? Pues el genio de la lámpara, el amo de la facilidad, la delicia de unos dedos que grácilmente fecundan la magia de lo insondable, lo inalcanzable, en el vientre de cinco mil almas que se comprimen en un solo coro. Nena, Dime que me quieres… para cuando el cantante ha revelado el nombre de sus compañeros y también su incipiente calvicie, la plaza entera se tambalea y las gradas caen al suelo, hechas cascotes; y el cielo se resquebraja para dar cobijo a una masa enfervorecida que capaz sería de pasar toda la noche sin otra cosa mejor que Saltar.

Para las tropas de este ejército de bohemios que permanecieron en la retaguardia, y estoy refiriéndome a Marquitos, Ilitia y cualquier incauto que ose pisar estos cenagales: sabed que os tuvimos entre las manos cuando vaciamos la corrosiva absenta de un trago –y claro está, repetimos -; cuando dejamos impronta de nuestro voltaje en las ya-no-se-cuántas salas y pubs y avernos nocturnos llegamos a visitar. Hay algo de maravilloso en todas estas noches; que tuvieron en este caso su germen en una vieja amistad (Cómo te quiero, tronco), y su culmen en el ácido de batería que nos sirvieron en un bar regentado por Hell’s Angels. En ese extraño teatro de improvisación que es el barrio del Carmen, donde una chica restaba como exhausta en un sofá – ‘he estado a punto de darle la extremaunción’, apuntó Chus al verla -, y grupos de extraños salidos de la llovizna te piden que los lleves a tal y cual lugar; donde tres viejos amigos se reúnen y cierran un nuevo capítulo de su particular obra maestra, llamémosla Vida. Un aplauso para estos intrépidos polizones. ¿Qué es lo que flota a la deriva, timonel? Probablemente otra noche de concierto igual de bien transitada.

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