Un blog chapucista, de fumadores, y de derechas

sábado, 20 de noviembre de 2010

El alteano mecánico

Ahí estaba yo; es decir, Chus, y mis tres drugos; o sea, Pablo, Aponia y Mostaza, que realmente tenía la piel de mostaza, sentados en el bar lácteo Tutum Revolutum, exprimiéndonos los rasudoques y decidiendo qué podríamos hacer esa noche. El Revolutum era un mesto donde servían cacaolat-plus, y quizá ustedes, oh hermanos míos, han olvidado cómo eran esos mestos, pero allí uno podía pitear el cacaolat con velocet o drencrom, lo que aseguraba unos buenos, tranquilos y joroschós quince minutos admirando a Sabina y el Coro Celestial de Ángeles en el pie izquierdo, mientras las luces te estallaban en el mosco; y era eso lo que estábamos piteando esa noche.

Debo decir que Vuestro Humilde Redactor se había ganado el derecho a un descanso. Por entonces hacíamos dos, tres y hasta cuatro monólogos por noche frente a un público en el que no faltaban bellas débochcas que slusaban atentamente mis palabras; y todos smecaban y hacían juuu juuu, lo cual me sentaba realmente joroschó, aunque uno a veces tenía la impresión de que aquellas risas eran gratuitas y que precisamente no smecaban con lo que más debían smecar. Muchos de los chelovecos que había en el Revolutum venían directamente de lo que llamaban Facultad de Bellas Artes o Artes Bellas; y entre todos formaban una pandilla realmente schuta, pues aaquí y allá se veían cabellos tintados de verde y camisas a la última moda, todo como muy llamativo y gronco. Y aquello, oh hermanos míos, no me gustaba; mucho menos a mis queridos drugos. Era cuestión de dejar que el drencrom serpenteara poco a poco hasta llegar a la golová, y entonces sentíamos la fuerza necesaria para poder ser de nuevo los amos de la naito y adentrarnos en una bonita sesión de ultraviolencia.

Al salir del Revolutum, videamos un veco realmente repulsivo. No quisiera contaros su nombre, mis hermanos, pues se trataba de un málchico de esos realmente odiosos y nadmeños, de los que no paran de exhibir sus cuadros y sus obras. Creo que había ganado algún premio de esos importantes, tan gordo que uno podría leerlo en las gasettas del lugar, y ahora pasaba las horas iteando por las callejuelas con unos aires de señor, explicando aquí y allá por qué su obra era tan buena y oh fíjense oh qué sensibilidad y demás grandilocuencias capaces de revolverle las tripas a cualquiera.
- ¿Alguno de ustedes tendría a bien ofrecerme unos acortantes? Quisiera seguir trabajando en mi fabulosa obra, pero por desgracia ando escaso de fondos y ni siquiera tengo para renovar mis botes de pintura.
El veco siguió hablando un buen rato, aunque me parecía que chumchum y chumchum era todo cuanto salía de su grasña rota. Eso fue así hasta que Pablo le agarró y le empujó contra la pared, donde pronto le tuvimos acorralados y la lluvia de tolchocos puso su rasudoque en orden. Cuando alcé la britba, un brillo como de fuego le apareció en los glasos y empezó a crarcar con verdadero rasrás.
- Vamos mátenme, hijos de puta, si eso es lo que quieren. Ya no tengo motivos para seguir dedicándome al arte; no en este podrido mundo.
- Bueno bueno bueno. ¿Y qué es lo que tiene de podrido? – le dije.
- Es un podrido mundo porque permite que los chapucistas golpeen a verdaderos artistas, y ya no hay gusto ni intelecto –crichaba muy alto y decía palabras realmente joroschós; amenazaba con sus puños y gritaba: - ya no es mundo para un pintor. Fíjense en mi cuadro. Vamos, fíjense. ¿Ven esos dos rombos del centro? ¿Y esas líneas que las cruzan? Apuesto a que ninguno de ustedes dedujo que esas figuras simbolizan la violencia doméstica. No, no lo dedujeron, porque con sus armas y sus golpes se dedican a destrozar el trabajo de genios como yo, ilustre servidor del arte que a punto está de convertirse en mártir. ¿Han oído hablar del cubismo? ¿Del op-art, siquiera? En mi anterior trabajo, titulado “musculación política”, tuve la brillantez idea de fusionar ambos estilos y…
Continuó moviendo la rota y diciendo yarbocladas y haciendo blerp blerp blerp hasta que Aponia levantó la usy, y entonces los cuatro nos abalanzamos sobre él, y el crobo rojo rojo muy pronto brotó que daba gusto, hermanos míos. Éramos los amos de la naito en Altea, y ningún puglio brachno lo podría negar aunque quisiera.

1 comentario:

Un humilde redactor dijo...

Parece que estés describiendo una noche cualquiera de entreguerras en el Cabaret Voltaire de Suiza.

No se cómo lo haces, sin haber tenido que ver este mundo, capturas su esencia alcohólica y bizarra de altas horas de la madrugada.

Joder Lars, eres único.