Un blog chapucista, de fumadores, y de derechas

martes, 11 de mayo de 2010

Esquela de un desgraciado hijo de puta

Suena la corneta y el pelotón se pone en marcha. Todo movimiento ha sido minuciosamente estudiado: fusileros, artilleros y caballería saben cuando han de proceder, qué centímetro de tierra ocupar. Desde la retaguardia, el general observa la disposición de la tropa prismáticos en mano, mientras una corriente de orgullo le insufla el pecho. Sus hombres están poniendo en la práctica la culminación de un exhaustivo estudio matemático en el que hasta el más insignificante detalle ha sido tenido en consideración. Cuando las filas frontales levantan sus armas, cuando el grupo entero se dispone a consumar el momento histórico en el que la perfección quedará vertida en forma de operación militar, este hombrecillo con gafas se planta en medio del terreno y, ante la atónita mirada de los soldados, exclama:

"No, no, por favor... ¡esto está mal! ¡Lo estáis haciendo mal! ¿Es que no os dáis cuenta?"

Este sujeto, primero de su promoción en el grado de Comunicación Audiovisual, responde formalmente al apelativo de crítico.

No debiera extrañarnos el haberlo encontrado en esta situación alegórica. Sus compañeros de gremio se ganan la vida destrozando filmes, obras de teatro, discos de música y pinturas postmodernistas. Nuevos tiempos exigen nuevas categorías de críticos, centrados en aplicaciones más prácticas tales como el diseño de lámparas o la disposición táctica de un grupo de combate.

La única regla común y esencial para el crítico es que la materia reseñada debe estar fuera de su competencia. El crítico no puede permitirse el lujo de participar en el acto: debe colocarse tras una esquina, armarse con sus propios prismáticos, devolverle la mirada al orgulloso general... y evitar que toda la mierda le salpique una vez colocada la dinamita.

Admiremos sus mayestáticas virtudes, incluyendo la sumarísima acidez prosística, la capacidad para convertir un concepto incomprendido en una frase ingeniosa, el hábil uso de cultismos para cumplimentar con el número mínimo de letras por reseña, y la ardua tarea que supone considerar la palabra propia como absoluta e irrefutable. Estos hombres, hábilmente camuflados tras la opacidad de sus máquinas de escribir, soportan día a día el peso de considerarse deidades influyentes cuyos mandatos jamás pueden ser puestos en cuestión.

Si alguno de nosotros fuera lo suficientemente estúpido, cometeríamos la imprudencia de entregarle al crítico la batuta para que demuestre si realmente sabe dirigir la orquesta a la que ataca con tanta saña. Perderíamos el tiempo: su ética profesional le ampara. No tiene absolutamente nada que demostrar: tal que el más efectivo de los dictadores, se contenta con remover conciencias desde la lejanía.

Brutal carga moral la que soporta nuestro héroe día tras día. Sus inmediatos superiores le educan para que no disfrute del arte. Su función consiste en desenmascarar el mismo halo de misterio que convierte todo metal en algo hermoso, que mire con lupa lo que está hecho para contemplar desde lejos. ¿Podrá nuestro héroe dormir bien por las noches? Tal vez con una generosa remuneración, digamos trescientos euros por artículo... tal vez...

Quizá debiéramos ser compasivos con él. La tropa, desde luego, no piensa así: ni siquiera necesita una orden del general para freirlo a balazos y continuar adelante.

1 comentario:

pablollo dijo...

Muy grande Lars, eres muy grande!!!